Texto: Gustavo Coutiño
Pasar de la alegría al llanto en cuestión de minutos, de la inmovilidad al movimiento frenético, de olvidar todas las cosas que estresan y preocupan para encontrarte en un lugar de seguridad, donde la música es alivio y para algunos la droga más potente.
Escuchar mientras el cerebro evoca imágenes de diferentes etapas de la vida, caer en trance gracias a los diversos efectos de instrumentos musicales, las notas y las letras de las canciones con las que tantas veces te has identificado.
Cantar y gritar hasta que la garganta duela y la voz ya no salga de tu boca, mirar alrededor y sentir un tremendo golpe de energía, expulsar toda la mala vibra y recargar pilas para seguir adelante enfrentando momentos difíciles.
Darse cuenta de que el pecho ya no es lugar suficiente para el corazón, que el cansancio no aparece, que pierdes el control de tu cuerpo y no hay miedo, al contrario hay éxtasis.
De pronto la música da paso al silencio y un coro de cientos, quizás miles de voces recitan palabras, no importa si hay afinación, eso es lo de menos, al final parece un canon que inunda poco a poco el lugar.
Gritos, aplausos, silbidos y brincos son las ofrendas que se hacen para que la música no pare, cada canción que termina anuncia el sino, todo lo que empieza tiene, en algún momento qué terminar y nadie quiere escuchar el último acorde, aún no hay cansancio, somos adictos a los decibeles altos, a los riffs de guitarra de Joselo, la voz de Rubén, al bajo de Quique, a la caja de sonidos y el teclado de Meme y al poder de Luis en la batería y nos quedamos fascinados con sus movimientos en el escenario. Son Café Tacvba y llegaron a Tuxtla para poner a bailar a la banda.
Y entonces, el tiempo se detiene, varias generaciones coinciden y es humanamente bello ver cómo la música nos reúne en este espacio, no hay viejos o niñas, jovencitas o adultos, sólo personas brindando pleitesía a esos músicos que hace ya casi 20 años tuvieron un sueño y se aferraron.
Las fibras de nuestro ser se conmueven con los sonidos, con todo lo que se observa desde el escenario, nos asombramos ante el profesionalismo con que ejecutan cada uno de sus instrumentos y nos inspiran ya para ser músico, ya para amar, ya para seguir soñando, ya para no dejar de ser niños.
Cuando creemos que el tiempo no transcurre una señal nos vuelve a la realidad, los Tacvbos luego de una muestra excepcional de talento e improvisación salen del escenario y nosotros queremos otra y otra y finalmente llega el encore otras 3 o 4 rolas más y sin embargo no se notan cansados, nosotros seguimos cantando, brincando y bailando como si fuera el ritual de nuestra vida y muerte.
Nos van a extrañar por toda la energía regalada esta noche y nosotros también por darnos un poco de alivio para enfrentar esta realidad que cada vez se está poniendo más rara…
1 comentario:
Siiiiiii... el mero rocanrol.... estuvo de poca madre!!! neta!!!
Y en efecto, de la risa al llanto, del salto al compás, fue toda una descarga de vida ese concierto.
Pocamadre!
Júaaaa!
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