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martes

Ángel Piadoso

Ahí estaba, como escondido, entre la banqueta y un carro desvalijado, en realidad no se escondía, como pudo se arrastró a ese lugar luego de que un camión lo arrollara, me percaté de él porque aullaba e inmediatamente supe que era de dolor, el sol no tenía piedad y su hocico en vez se saliva tenía sangre coagulada.
La gente observó cómo atropellaban al perro callajero, más nadie hizo o dijo nada, la mirada burlona del chofer del camión se observó por el retrovisor y ni se mostró preocupado por su acción deliberada.
Entonces recordé aquella noche de verano, cuando a pesar de no tener sol, la luna parecía hacer el trabajo de éste.
Caminaba por alguna calle del centro de la ciudad y de pronto ahí la vi, sucia y anémica, lloraba y mientras me acercaba más a ella, parecía ver no a una persona, sino a un remedo de algo no humano.
Cuando finalmente estuve lo suficientemente cerca para verle a detalle sólo ví su cabello enredado y hediondo, de pronto, cuando pensé que no vería más, volteó la cabeza en movimiento rápido y sus ojos rojos casi desorbitados me sosprendieron casi al infarto, ella, intentó levantarse con un movimiento bastante torpe y cayó, su cara chocó con el suelo y comenzó a sangrar de la nariz.
No hubo grito o sollozo, sólo un desagradable sonido de respiración o intento de ésta.
Fue ahí que lo decidí, saqué de mi mochila el estuche, preparé la inyección y le dí una dosis generosa del opiáceo que llevaba conmigo.
Tomé su brazo, hice un toniquete y cuando ví su vena introduje la aguja.
Su cuerpo comenzó a dejarse ir.
Por un momento, tuve la impresión de que levantó su cara para verme, pero no sé si en realidad lo hizo o sólo era un deseo personal por ver agradecimiento en su rostro.
Una vez más saco la jeringa, preparo la inyección y me acerco al animal que sufre bajo este calor infernal, me hubiera gustado darle un poco de agua, sin embargo sé que lo que le voy a poner será mucho mejor que solo un poco de líquido que a estas alturas ya no es vital para él.
Cuando le pregunté al veterinario cómo inyectar a un gato o perro, éste me observó con desconfianza, sin embargo, al final hasta me dió una cátedra.
Ya no hay sentimiento a la hora de preparar la inyección, sólo sé que es piedad.
Así me lo repito cada vez que preparo una dosis.
Voy dando eutanasias de manera anónima por la ciudad.
No soy de llevar la cuenta, sin embargo sé que para algunas personas es difícil de entender.
Para ellos sólo soy un asesino o como leí en algún diario un Ángel de Muerte.
Ya se me hizo tarde, el perro ya quedó tranquilo, se irá pronto, me da por pensar que cuando me toque cruzar a mi, no tendré problemas de pasar al otro lado, las mascotas olvidadas y maltratadas serán mi guía.
¿Alguien quiere piedad?
El melancólico

2 comentarios:

Lord Edramagor dijo...

No manches wey. Me diste miedo.
Traes un shot por ahí? Necesito un poco de piedad.
Un abrazo.
(Verificación de la palabra: thabas)

rics320 dijo...

asu carnalito que hazañas las tuyas, eres el consuelo de muchos y la calma de muchos animales, simplemente no tolero la gente que maltrata a los animales porque no pueden defenderse. El pasádo sábado fuí a unos XV años, terminando el jolgorio llendo en taxi para la casa habia una pareja de tlacuaches muertos en la carretera, y alcance a ver a los 2 atropeyados y vi como las crias andaban retorciendose.... senti rabia e impotencia, verlo eso